Este libro es una reflexión sobre la democracia en América Latina en la era digital. Se busca entender la existencia y experiencia de actores sociales que operan en los márgenes, desde donde articulan nuevos espacios públicos y construyen formas alternativas de ejercicio del poder vinculándose de manera innovadora entre sí y con el poder político.En las últimas décadas, a pesar de que ha habido grandes avances en términos institucionales y electorales, no se han resuelto los intolerables niveles de desigualdad en el acceso a recursos culturales, económicos y políticos, los cuales todavía se encuentran concentrados en las manos de unos pocos. La política tradicional en su gran mayoría no responde a estos desafíos y se comporta como piezas de museo que no logran adaptarse a los cambios tecnológicos y culturales de las sociedades actuales. En este contexto, no son de extrañar las tensiones, frustraciones y falta de legitimidad de las principales instituciones y actores políticos en la gran mayoría de los países de la región.Sin embargo, no todo es frustración y malestar, también hay una proliferación de actores y espacios de democratización alternativos, más horizontales, inclusivos y más colaborativos que se dan en los márgenes del Estado y sus instituciones. Este libro intenta entender estas dinámicas que, aunque muchas veces marginales, parecerían brindar un horizonte auspicioso para la profundización de las democracias en la región y nos hace reflexionar sobre las posibilidades de caminos alternativos para ello.Este libro señala que la emergencia de estos actores y prácticas –no necesariamente nuevos– se debe principalmente a la confluencia de dos factores clave. Por un lado, esto sucede en un contexto único donde se conjugan las propias falencias de una “modernidad inacabada” en la región que deja a amplios sectores institucionalmente huérfanos; y, a su vez, a las tecnologías digitales que brindan espacios y herramientas de poder que resultan en un mayor grado de libertad y autonomía frente a los poderes institucionales y de facto. Esto último permite una des jerarquización de las relaciones sociales, permitiendo la presencia de una mayor cantidad de voces ya que por primera vez el costo de emitir y recibir una señal es el mismo; hay cada vez más información disponible a disposición de la sociedad; y las personas están cada vez más conectadas –casi dos tercios de la humanidad tiene hoy acceso a internet y en la calle ya hay más teléfonos móviles que personas–. Por otro lado, el segundo factor clave es el surgimiento de una camada de actores que están ocupando esos espacios y usando esas herramientas para generar un cambio social sustantivo. Estamos frente a nueva generación en América Latina que es al mismo tiempo nativa democrática y nativa digital. Tal como afirmara Hanna Arendt, no hay cambio social sin el poder transformador de la acción subjetiva de las personas, y en este caso, la clave es que una nueva generación de activistas hace un ejercicio novedoso de estos espacios y herramientas a su alcance. Estos actores son esencialmente –aunque no exclusivamente– jóvenes que tienen naturalizadas las prácticas democráticas pero que desafían al status quo imperante.La última parte de este trabajo plantea cómo este contexto histórico donde se entrelazan dichas transformaciones nos lleva inexorablemente a preguntarnos si nos encontramos frente a la génesis de un cambio cualitativo en la forma como nos organizamos como sociedad y en la relación entre la ciudadanía y el sistema político. Más específicamente, nos preguntamos sobre las posibilidades de transitar hacia democracias más participativas y deliberativas. Indagamos como frente a la uniformidad que nos propone la modernidad, tenemos frente nuestro la oportunidad de crear democracias con más voces, con más participantes, acorde a nuestra sociedad llena de colores y diversas culturas.En este sentido, la evidencia hace temperar el optimismo, debido a que existen interrogantes sobre los desafíos que estas transformaciones presentan. En primer lugar, el hecho de que democracias más complejas, que incluyan más voces en el día a día y establezcan canales más participativos, requieren de una mayor agencia por parte de una ciudadanía bien educada, conectada e informada. Justamente, los sectores que deberían empoderarse de estas herramientas, son los que están en peores condiciones de aprovecharlas. Si no se resuelven las falencias en educación y conectividad, se podrían incrementar los niveles de desigualdad ya existentes en nuestras sociedades. Las limitaciones que previamente existían para el ejercicio de la democracia, como la propiedad privada, el analfabetismo, el género o el color de piel, en la era digital lo es el conocimiento. En un futuro no muy lejano estaremos en un escenario en el que la disyuntiva política será “programas o te programan” y existen dudas si las mayorías de la región estarán en condiciones de influir en el proceso.En segundo lugar, pareciera que muchos de estos procesos y actores no están conectados a los procesos políticos institucionales. Si bien la política es un lugar conservador donde se innova poco, estos nuevos espacios y actores no pueden quedar aislados de las instituciones formales y las políticas públicas. Es en el Estado donde se formulan las leyes, y es donde se siguen tomando las principales decisiones que involucran el desarrollo económico y social de los países. En tercer lugar, un gran desafío es la construcción de poder en la era digital. Es un interrogante cómo se construyen alternativas de acción e identidad política con actores organizados en red sin un centro gravitacional, sin la territorialidad y la institucionalidad que tienen los partidos políticos tradicionales.Por último, hoy corremos el riesgo de que internet deje de ser tal como la conocemos. Uno de los rasgos distintivos de la web ha sido su principio de no discriminación, o como se conoce el debate, su “neutralidad”. Sin embargo, las grandes empresas de telecomunicaciones buscan cobrar por acceso prioritario y segmentación de mercado; y por otro lado gobiernos buscan utilizarla como herramienta de control político, es decir limitar el poder que les brinda a los ciudadanos. Por ello es que internet deja de ser una herramienta para transformarse en una arena política donde los ciudadanos deben involucrarse para defender sus conquistas y ampliar a nuevas.Entender estas tendencias, experiencias y herramientas nos permitirá plantear estrategias concretas para incluir a los excluidos, democratizar y conectar los espacios públicos existentes y ayudar a nuevas voces a emerger